Lo que pasa cuando te ponés un blog

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-Una introducción-

Abrir un blog lo pone a uno ante la desalentadora certeza de que un texto arrojado al ciberespacio no es más que un granito de arena, en este caos de proporciones absurdas que últimamente se ha dado en llamar “la sociedad de la información”. Más aun, el ciberespacio es tan sólo una parte muy pequeña de aquella, con lo cual ese desaliento característico del bloggista será esperable, también, en cualquier gil que tenga alguna reflexión para compartir con el mundo, y ande queriendo plasmarla en un textito, ya se trate de un humilde ensayista o de un tratadista prestigioso.

Seguramente, algún sociólogo afortunado, cuyos intereses lo lleven a producir investigaciones en una plano más bien micro, con títulos como “Perspectiva comparada sobre las experiencias de individuos sordos e hipoacúsicos como estudiantes de escuelas comunes y especiales”, tendrá la satisfacción de saber que en algún lugar recóndito del globo, su investigación le sacará las papas del horno al algún pobre desgraciado. Tal vez, en este mismo momento, en algún lugar, exista un funcionario a cargo de diseñar una política educativa, que mataría por acceder a información precisa sobre las experiencias de individuos sordos e hipoacúsicos como estudiantes de escuelas comunes y especiales. Y afortunadamente para él, esa información existe, y está disponible. Así las cosas, el conocimiento sólo se realiza cuando encuentra una salida instrumental en el mundo pragmático: hay que escribir cosas que sirvan para algo. El “saber por el saber” se encuentra, para mi gusto (y para el de muchos otros), demasiado desprestigiado[1]. Y el saber instrumental es, por lejos, lo más aburrido que haya podido pasarle al mundo del conocimiento.

Y en el otro extremo -el que nos interesa a nosotros-, quien quiera investigar en un nivel más bien macro, o aun más allá, en el plano teórico (buscando desentrañar la naturaleza de cuestiones nada irrelevantes, como ideologías, construcciones de sentido, o incluso el capitalismo mismo o lo que fuere), tiene que comerse el garrón de saber de antemano que sus reflexiones no llegarán demasiado lejos, tal vez no más que a veinte o treinta perejiles de la comunidad académica. Eso, mis queridos amigos, es lo que entendemos por “sociedad de la información”: lo que pasa cuando un tipo pone todas sus energías en captar un pedazo de la realidad para ponerla en un cacho de papel, con posibilidades prácticamente nulas de que su pensamiento encuentre asidero en la cabeza de otro tipo. En el mejor de los casos, la pasará bomba escribiendo y se hará unos mangos para darle de comer a los pibes y pagar fibertel. En el mejorísimo de los casos, se hará un nombre, y en vez de treinta académicos que lean sus textos habrá doscientos académicos que los enseñen en sus clases y algún fumón estudiante de sociología que diga “uuuh, loco, qué flash como escribe este tipo...”.

That is the question: hay simplemente demasiado para leer.

La mejor arma ante un panorama semejante es, creemos, la brevedad. Si uno es breve, la relación costo-beneficio es más razonable: es menor el dolor de bolas para el que escribe, y es menor el dolor de bolas para el que lee... con lo cual por ahí, de rebote, son más los que se llevan algo de la lectura. Y he aquí la motivación que pone en marcha el esfuerzo ensayístico de Incidente con el coco.

Gracias por acercarse. Si andan por el ciberespacio, no dejen de darse una vuelta.

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[1] Horkheimer, M., Crítica de la razón instrumental: Terramar, La plata 2007.